martes, 18 de marzo de 2014

Caras vemos...

Buenos días por la mañana y aprovechando el día de descanso de ayer les voy a contar la parte de mi historial médico y el por qué el maratón no es cualquier cosa para mi, con esto y con la entrada anterior de mi herencia por correr se irá tomando más sentido a la intencionalidad de este blog.
En general he sido una persona sana, pero cuando mi cuerpo decide enfermarse no se va con medias tintas. A mis 9 años mi papá paso por mi a la escuela como cualquier otro día, aunque esta vez yo estaba morada (y no precisamente de envidia) inmediatamente me llevaron al hospital, yo realmente no me sentía mal pero por la cara de mis papás y las reacciones médicas supe que no andaba nada bien, diagnóstico: crisis asmática con un montonal de alergias; recomendaciones: vacunas, evitar polvo, peluches y sobretodo evitar ejercicio extenuante, algo así como…correr.
Después de seguir tratamientos comencé a hacer ejercicio, me sentía bien, así que entré a basquetbol, atletismo y kickball; todo fluía bien. Cuando tenía 16 años me fui a hacer uno de esos famosos “intercambios educativos” a los “United” me tocó en un pueblito llamado Marianna, Florida. Unos meses después de mi llegada comencé a tener unos síntomas raros, yo que soy malísima para tomar agua me veía bebiéndome incluso unos 5 litros de agua diarios con la consecuente y odiosa ida al baño, sueño, muuuucho sueño y de pesar mis 47 kilos habituales comencé a adelgazar llegando a 39 kilos.
Por situaciones del destino y diría yo muy afortunadas cambie de familia anfitriona con unos ángeles llamados Jorge y Martha y digo afortunadas porque justo un día después de “Thanksgiving” comencé a sentirme rara, comencé a temblar y me llevaron al hospital, sólo recuerdo haber llegado a la sala de urgencias y despertar justo cuando mi mamá iba entrando al cuarto del hospital un día después (llegar a ese pueblito requería varios transbordos incluyendo un avión de esos guajolotero y más de una hora de carretera). Dicen que me hicieron una cantidad enorme de estudios y justo antes de que me hicieran una punción lumbar salió un resultado que cambiaría mi vida y la de mi familia radicalmente: glucosa en sangre 1150 mg/dl (el rango normal es 80-110 mg/dl), diagnóstico: coma diabético y diabetes mellitus tipo 1. Lograron estabilizarme, enseñarme ligeramente como sería mi nueva vida incluyendo una gran cantidad de NOs que según ellos yo tenía que seguir si quería estar bien: NO cereales, NO azúcar, NO mucha fruta, NO pizzas, NO hijos, NO vida, etc., por fortuna tengo una familia de SÍ y con ellos comenzamos a trabajar en equipo, como les había platicado mi papá con el ejercicio, mi mamá con la alimentación (la cual de por sí era sana solo ajustamos un poco más) y mi hermano en lo social, se juntó con mis amigos y me ayudo a no aislarme ni sentirme diferente.
Gracias a la diabetes elegí una carrera hermosa, la nutrición y decidí que sí tenía un “problema” lo atacaría mejor mientras supiera más de el, así que me especialice en todo lo relacionado con la diabetes siendo ahora para mi más que una profesión un hobbie que disfruto compartiendo lo poco que se con mis pacientes con la ventaja de decirles: ¡si, se como es eso, se como te sientes!.
Yo decía que pues mi cuota de enfermedades ya la había cubierto pero nooooo, aún me faltaba. Justo estaba por terminar la carrera, estaba haciendo mi tesis, trabajo de campo en un hospital, trabajo voluntario en la Asociación de Diabetes y cubriendo las materias para titularme por excelencia cuando comencé a sentirme cansadisima, mi glucosa estaba bien así que no era un desajuste de la glucosa, mi mamá entonces me sugirió vitaminas pero nada ayudaba, me sentía como si hubiera corrido un maratón (en realidad no se cómo se siente pero pronto espero saberlo), al subir las escaleras lo tenía que hacer tomándome del barandal, la sensación del contacto del agua con mis manos era semejante a meterlas en agua hirviendo y tenía un hormigueo constante.
Una noche mis papás invitaron a un amigo doctor a cenar y le contaron mi situación, el sólo dijo, mañana llévalo con un neurólogo en el hospital y ahí nos vemos, yo no quería ir porque tenía que trabajar (a veces soy medio obsesiva con eso) pero a la mañana siguiente cuando quería ponerme el pantalón ya no podía agacharme y al intentar bajar las escaleras mis piernas no respondieron, mis papás me ayudaron a vestirme y salimos volando al hospital.
Después de otra serie de estudios (desde los de sangre hasta los de clavarme tipo alfileres para ver la conducción eléctrica de mis nervios) los médicos concluyeron que era neuropatia diabética con lo que mi endocrinólogo no estuvo de acuerdo pues mis niveles de glucosa se encontraban en rangos normales, buscamos segundas opiniones, y otro neurólogo le dio al clavo, diagnóstico: Síndrome de Guillain-Barré. Para no hacerlo más largo, este síndrome incluye la destrucción de la mielina, la capa que recubre los nervios (destrucción realizada por mi increíble e hiper efectivo sistema inmunológico que cuando ataca un virus se emociona y destruye no sólo los virus sino todo lo que encuentra en el camino, la diabetes y el asma también son ocasionados por este pequeño travieso que tengo dentro de mi), los nervios quedan como cables pelones, echando chispas, con lo cual los dolores son realmente insoportables al grado en que me recetaron morfina, la cual sólo me inyectaron unas pocas veces pues mi mamá tenía miedo que me causara adicción, de ahí a aguantarme con otra medicina menos efectiva pero que al menos me tenía consciente por unos días, el dolor cedió pero venía una de las pruebas más grandes para mi y mi familia: la parálisis. A un par de días que el dolor cedió perdí la movilidad completa de mis piernas y mis brazos. Mis manos no tenían fuerza ni para levantar un tenedor así que mis papás tenían una bebe de veintitrés años en casa a la que tenían que bañar, vestir, darle de comer, voltearla de un lado a otro para evitar que me salieran llagas y cuidar día y noche . El pronóstico era que estaría así al menos un año y con rehabilitación comenzaría a caminar al año y medio cosa realmente horrible para alguien como yo que gusta de andar de arriba para abajo.
Como les había dicho mi familia es una familia de SÍ pero en esa ocasión dijimos NO, no vamos a esperar así que buscamos rehabilitación y encontramos unos maravillosos doctores cubanos que me hicieron llorar y sufrir pero al cabo de seis meses estaba (con ayuda claro) caminando nuevamente. Reaprendi a escribir, a gatear, a dar mis primeros pasos y a valorar un par de pies que me llevan a donde yo quiero y una hermosa familia que está al pie del cañón con más amor del que uno pueda creer que existe.
Cualquiera pensaría que tengo mala suerte o que me ha ido mal, pero no, soy una afortunada porque además de tener una familia y amigos que me han respaldado a pesar de todo, las enfermedades que he tenido o tengo son tan benévolas porque me dan la oportunidad de que sí yo quiero y me cuido es como si no las tuviera (seamos realistas, hay cosas peores) y más aún, de cada enfermedad he aprendido, no sólo en el ámbito como profesional de salud sino como persona, me han ayudado a ser más humana, valorar cada momento, cada persona a mi lado y entender que a veces, caras vemos pero sufrimientos no sabemos…

2 comentarios:

  1. Que excelente lección de vida para los que supuestamente están sanos y no aprecian la vida.

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  2. Cada momento, cada instante es un aprendizaje y algo único. Ojalá te guste el blog, gracias por leerme!!

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